Me Debes Una: primer capítulo
Solo un capullo pondría sus abdominales en Tinder
Juro por Dios que es la última
vez que Mari me engaña.
Otra vez soy su particular muñeca Barbie, pero no una rubia y delgada, no; una que ama comer y lo único que disfruta en un gimnasio es la sauna. Parezco una pelirroja XL vestida para matar.
Yo quería salir esta noche, pero no contaba con acabar en un bar hortera, con un maquillaje que compite con el mejor filtro de Tiktok y un bolso más pequeño que la funda de mi móvil.
Camino a pasos cortos, apoyándome en varias sillas por culpa de estas sandalias tan incómodas. Al fin, consigo llegar a la barra, pero en el trayecto, una chica ha derramado en mi espalda su bebida. Este bar siempre atestado de gente es el favorito de Mari, por desgracia. Y ella, por cierto, es mi compañera de piso y vive para la moda (y para torturarme con ella).
El motivo por el que ama este local se acerca a nosotras con una sonrisa. El camarero, al que mi amiga conoce muy bien, viene a servirnos una copa enseguida. Bueno, se la pone a ella.
He visto tantas veces a Ricky en calzoncillos en nuestro piso que podríamos ser íntimos, pero está claro que nuestra relación no es importante para él porque se olvida de preguntarme qué quiero beber mientras tontea con Mari.
—¿Otra vez es tu cumpleaños, preciosa? —duda cuando ella asegura que le debe una copa gratis.
—Y sigo sin envejecer. ¿Te lo puedes creer? Algún día te explicaré mi secreto —responde coqueta con un guiño.
Es la octava vez que Mari sopla las veintinueve velas este año. Si por ella fuera, celebraría cada día antes de cumplir los treinta. Me pregunto cuándo empezaremos a festejar los treinta y seis que en realidad tiene.
Sigo notando el líquido frío en mi espalda y trato de secarlo con diez servilletas que no absorben mientras ellos tontean. A ninguno de los dos parece importarle que haya quince personas en la barra esperando su bebida. Conmigo, dieciséis.
—Ricky nos invita a probar unos nuevos cócteles del menú. Enseguida nos los prepara —anuncia Mari.
—Yo preferiría un ron con cola…
—Te gustará más esto, ya verás —se atreve a afirmar antes de darme una copa con un líquido lila, algo de purpurina y un olor a alcohol que revuelve mis tripas.
Mari dice que le tengo manía a Ricky, pero siendo objetiva, es un barman horrible. Y nunca logro que prepare algo tan simple como un ron con cola. Cafeína y alcohol, una mezcla dulce, barata y efectiva. ¡¿Tan difícil es?!
—¿Y si vamos a otro sitio?
—No, en este bar las copas nos salen gratis y he quedado aquí. Mira con quién. —En su móvil veo el típico cachas de gimnasio—. ¿No es un auténtico bombón?
—¿Tienes una cita? ¡Pero si venimos a celebrar mi nueva columna! Bueno, y tu cumpleaños.
—Exacto. —Usa su mejor sonrisa para que no me enfade, pero ya es tarde—. Por eso hemos llegado pronto, para buscarte a alguien. Quiero que tú disfrutes también. Yo no espero dormir en casa esta noche. ¡Aprovecha que tienes el piso para ti!
—No, Mari… —Mi mirada deja claro lo que las dos sabemos: yo no participo en este juego.
—Es mi día. No puedes negarte a mis deseos.
—Tú te acuerdas de que no es tu cumpleaños de verdad, ¿no?
—Palo, no seas aguafiestas. Estás muy guapa esta noche. Deberías vestirte así más a menudo. —Trata de abrazarme, pero me aparto negando con la cabeza. Mi dolor de pies es el mejor recuerdo de que no debería someterme nunca a sus torturas—. No seas aburrida, va.
Aclaración: no soy aburrida, solo aprecio la tranquilidad.
Mari y yo vivimos juntas, trabajamos en la misma revista y compartimos ciclos menstruales. Supongo que todo eso nos une. Sé muy bien que está ovulando y es víctima de sus hormonas. No dudaba de que ella iba a pasar la noche con alguien hoy, pero venir con los deberes hechos de casa es nuevo.
—Podrías haber avisado.
—Ha pasado muy rápido. ¿Sabes qué? Dio una charla en el evento de emprendedores de éxito del que te hablé.
Mari tiene una tienda de Etsy en la que no vende nada desde hace meses, pero ella no fue a esa conferencia a tomar notas. Fue a encontrar por casualidad a un novio rico.
—¡Palo, no es lo que tú crees! ¡Te juro que ha sido el destino! Hemos empezado a hablar esta mañana por mensajes ¿y cómo iba a decirle que no? ¡Míralo! —insiste, mostrando otro vídeo de su cita haciendo flexiones en lo que parece su gimnasio particular.
—Veo que es un intelectual —ironizo.
—En algunas fotos lleva gafas. —Su prueba irrefutable es otro vídeo de él en la cubierta de un barco con un libro.
—¡Pero si son de sol! ¿Ese libro no está al revés? Déjame ver. —Trato de quitarle el teléfono sin éxito.
—No te metas con Jota. Podría ser el hombre de mi vida. Y es un emprendedor de éxito. Seguro que es muy listo. Puede que hasta sepa leer del revés.
—¿No te cansas nunca de ilusionarte con cualquiera? —Mari conoce tres o cuatro “hombres de su vida” por mes. Es ridículo.
—A lo mejor tú encuentras a alguien especial esta noche también.
—¿En este bar? —dudo con cierta ironía. Desde que un tiktoker lo anunció en su cuenta porque el decorado está inspirado en los noventa, se ha llenado de gente que no estaba viva en esa década. A mis treinta y dos, es duro pensar que yo crecí en lo que hoy se considera historia antigua.
—¿Y a qué se dedica el nuevo hombre de tu vida?
—Eso es circunstancial. —Aclaración: no tiene ni idea—. Tu empleo no te define, Palo, es solo lo que te da de comer. No todo el mundo tendría una crisis existencial si no está en el único puesto que desea desde la adolescencia.
Es irónico que ella diga eso. No conozco a ninguna persona que viva la moda más que Mari. Tiene un don. Lo mío solo es vocación, pero lo suyo es auténtico talento.
—Al menos, ¿sabes algo de él?
—Que le han invitado a unas copas gratis en un local nuevo. Creo que es un karaoke. Quiere que vaya con él.
—¿Eso es lo que te hace pensar que es el hombre de tu vida?
—En realidad, ha sido más bien esto —alega con una nueva imagen lista para apoyar su argumentación. En esta se puede ver su rostro, pero también un reloj que debe costar mi sueldo multiplicado por un millón.
—Ya veo la historia de amor… —ironizo.
—El dinero me pone romántica. ¿Tengo yo la culpa? —Mi cara le deja claro lo que pienso—. ¿Y lo tuyo es mejor?
—Sí, yo me quiero a mí misma. Con eso me basta, gracias.
El amor propio es el mayor tesoro que una mujer puede tener. Es el único que no te traiciona ni te limita, está ahí siempre cuando lo necesitas, no se olvida de tu cumpleaños (y acierta con el regalo). Y además, te asegura los orgasmos. Cada vez. ¿Qué hombre puede decir eso?
—Vale, Miley Cyrus, cómprate unas flores. —Pongo los ojos en blanco en respuesta—. No te mataría dejarte querer un poquito por alguien y soltarte la melena, para variar.
Me niego a vivir probando limones confiando en que alguno sea mágicamente mi media naranja. ¿Sabes qué consigues con eso? Amargarte la vida. Además, yo estoy muy bien haciendo zumo sola.
Sin decir más, Mari empieza a atusar mi pelo con sus manos. Esta noche me lo ha peinado ella, con ondas suaves. También ha diseñado y cosido el vestido que llevo puesto. Tiene mucho talento y un extraño poder; cuando pone carita de pena es imposible enfadarse con ella.
—¿Nos hacemos un selfi? Es mi cumpleaños… —Usa su gesto mágico y no puedo evitar sonreír, sobre todo porque pone su teléfono frente a mí. De inmediato, el flash nos ciega a las dos, pero ella lo necesita para que su piel negra no desaparezca en la oscuridad del bar.
—Si vas a publicarla en algún lado, ponle un filtro, que parezco un fantasma —me quejo.
Mientras Mari pasa la foto a blanco y negro —la única forma de salvar un retrato nocturno de las dos—, yo aprovecho y miro la hora en mi teléfono. Me pregunto cuánto falta para que ella se vaya y yo pueda escapar de aquí. Estoy a punto de mirar lo que cuesta un Uber a estas horas cuando, en mi pantalla, veo un email de mi jefa.
No es raro que me envíe un mensaje un viernes a las diez de la noche; lo extraño es el contenido: “Tenemos que hablar”. A esa frase la sigue esta pesadilla:
De: Walter Miller (también conocido como líder máximo de Publicaciones Esferia)
Para: Begonia Aguirre (mi editora, jefa directa y ejemplo general de cómo no quiero ser de mayor)
Asunto: Problemas
El patrocinador de Paola te lo explica ha cancelado su contrato con nosotros. Mi secretaria organizará una reunión el viernes para hablar de planes de futuro.
Atentamente,
W.
Vuelvo a leer todo sin poder creerlo. Mister Miller va a cerrar mi columna. El espacio que hizo que yo me dedicara a escribir. Llevo media vida deseando ser Paola y solo una semana siéndolo. No he podido ni publicar mi primer artículo.
Yo iba a ser la sexta Paola.
Bueno, dicho así no suena muy bien, pero ese era mi sueño.
Corrección: era mi plan, porque los planes se trabajan, y yo lo he hecho. Sabía que tenía un gran reto por delante y que cada día tenemos menos plantilla, anunciantes y lectores, ¡pero he esperado tanto para esto…! ¡Y no he podido ni demostrar que soy capaz de hacerlo!
Ese correo electrónico en mi pantalla no deja lugar a dudas. Perder a nuestro patrocinador es el equivalente a una sentencia de muerte.
—¿Eso es tu email de trabajo? ¿Por qué estás mirándolo un viernes por la noche? —Mari coge mi móvil y lo aparta de mis manos.
—Van a cerrar la columna de Paola.
—Pues qué pena por ella. Ya te darán otra cosa, tranquila. Dudo que puedan despedir a más gente en la revista. Y tú trabajas más que nadie.
En los últimos dos años he colaborado en casi todas las secciones. Algunas veces hasta redacto el Zodiaco. De hecho, eso pasa a menudo porque nuestra pitonisa no deja de pedir bajas por accidente. Es pura ironía que nunca los pueda predecir.
Gran parte de mi carga laboral es escribir secciones de relleno porque cada día hay menos periodistas contratados en la revista. Si seguimos así, no voy a tener un sitio donde publicar. Y Mari también se quedará sin empleo, aunque ella finja que no le preocupa.
—Tengo que solucionarlo.
—Palo, es solo un trabajo. Nos pagan por hacerlo y nosotras damos ese dinero al casero. Así es la vida. No dejes que te afecte.
—¡Pero esa columna es el espíritu de la revista! Siempre he querido escribirla.
—¿Dar consejos de amor, Palo? ¡Pero si tú eres alérgica! Desde que te conozco nunca te he visto ni mirar a un chico. Tu primer artículo se titula Cinco formas sorprendentes de usar tu vibrador —me recuerda—. ¿Te parece eso romántico?
Fue mi editora quien sugirió que escribiera una pieza sobre el último juguete para adultos que se anuncia en la revista. En realidad, pensé en usarlo con alguien, pero solo vino a mi cabeza una persona con la que querría hacerlo.
Lo sé, lo sé, es un error.
Error incluso pensar en él.
Error guardar un espacio para él en mi maldita cabeza.
Odio que mi mente aún recurra a él como mi plan B, pero sé que no habrá un plan C, D, E o F después de él. Solo un plan A: yo misma. Y se me da bien jugar con un vibrador, aunque eso no vende muchas revistas, supongo.
—Si tuviera a alguien con quien usarlo, quizás escribiría algo distinto; pero no lo tengo —ni lo quiero.
—¡Para estas cosas está Tinder! ¿Aún tienes la aplicación instalada? —Busca el icono en el menú de mi móvil antes de devolvérmelo. Me la descargué para escribir un artículo, pero sigue ahí con mi foto de espaldas para evitar que alguien me reconozca.
—¡¿Quieres que pruebe un vibrador con un desconocido?!
—¿Crees que te van a decir que no? —Se ríe como si la respuesta fuera evidente.
A desgana, cojo mi móvil y comienzo a deslizar perfiles hacia la izquierda. Si pierdo suficiente tiempo haciendo esto, Mari acabará yendo a su cita y yo seré libre de volver a casa. Podría reescribir mi artículo y tratar de hacerlo más atractivo… Quizás estoy a tiempo de mejorarlo de algún modo antes de que llegue a imprenta.
—Espera. ¿Por qué no este? —pregunta Mari y detiene mi dedo antes de que descarte el perfil de un torso musculoso sin rostro. Tiene veintisiete años. Un poco joven para mi gusto.
—Mejor buscamos a otro. Solo un capullo pondría la foto de sus abdominales en Tinder.
—¿Un capullo que quizás está abierto a probar cosas en la cama? —Ladea la cabeza y me mira invitándome a pensar en mi respuesta—. Quieres escribir esa columna, ¿no? Demuéstralo. Arriésgate. Eso es lo que hacemos en moda, probar cosas nuevas. A lo mejor a ti también te funciona.
Negando con la cabeza deslizo hacia la derecha sabiendo que es una pérdida de tiempo, pero en un extraño error de la aplicación —no concibo otra posibilidad—, el torso musculoso y yo hacemos match. A pesar del ruido del local, el sonido inconfundible de la aplicación me lo confirma. Y medio bar se gira a mirarnos por culpa del chillido que suelta Mari en cuanto ve mi pantalla.
Desde que hemos llegado, muchos ojos se han detenido sobre nosotras. Es lo que pasa cuando juntas a una belleza negra con una melena rizada que desafía la física, con una pelirroja con curvas y sin miedo a mostrarlas. Somos un espectáculo. A Mari le encanta esta atención. ¿A mí? No tanto. Yo prefiero moverme entre las sombras. Camuflarme como un camaleón. Eso siempre te da ventaja.
Y el problema, que conste, no es que miren mi cuerpo. Estar gorda no es algo que me quite el sueño. Hace tiempo aprendí a quererme en cualquier talla. Fue la columna de Paola la que me enseñó eso. Y yo considero casi una labor social mostrarme sin complejos, aunque prefiero no notar que otros me miran. ¿Tiene eso sentido?
—¡Ahhh! No me lo puedo creer —exclama emocionada Mari mientras se mensajea con el misterioso hombre sin rostro sin dejarme intervenir—. ¡Está en este bar! ¡Dice en su perfil que su nombre comienza por B! ¿Cómo piensas que podría llamarse? ¿Bruno, Blas…? ¿Borja?
—¿Bobo? —añado sin humor.
No me gustan los prejuicios, pero no puedo evitar pensar que alguien que no tiene cabeza en su foto tampoco puede tener mucho cerebro. No me importa que sea feo, pero no soportaría pasar la noche con un besugo (nótese que también empieza por “b”).
Mari dice que soy especialita, pero es que algo tan tonto como intuir faltas de ortografía por el modo de hablar de alguien a mí me mata la libido. Y sé que no voy a sobrevivir a una conversación sobre batidos de proteínas y tablas de ejercicios.
Esto no va a funcionar.
—Palo, voy a llamar a Jota —también conocido como “el hombre de su vida” por las próximas tres horas—. Debería haber llegado ya. Tú encuentra esa tableta de chocolate y cómetela a mordiscos, bombón. Si no lo haces por ti, hazlo por Paola.
—¡Escríbeme luego para saber que estás bien! —Grito para que me escuche mientras se aleja entre la gente.
—Sí, mamá —se despide a lo lejos—. ¡Disfruta de mi cumpleaños!
Hay demasiadas personas y ruido en este bar. Suena Camaleón de Belén Aguilera y, por un segundo, pienso que podría escaparme y volver a casa. Nadie se daría cuenta. Sería muy sencillo.
En realidad, no sé ni qué estoy buscando cuando miro a mi alrededor escaneando la sala, pero enseguida encuentro mi respuesta. O más bien, la siento en las tripas cuando dos ojos penetrantes recorren mi cuerpo y el calor me invade hasta los tuétanos.
Destaca entre la gente. Su físico resulta imponente. Han pasado cinco años desde la última vez que lo vi y está igual. Sigue siendo capaz de retener mi mirada. Sí, contra mi voluntad; incluso con ese pelo despeinado y sin haberse esforzado en ponerse una camisa.
Pero han pasado cinco años, insisto. Y yo sí que he cambiado.
En este tiempo he aprendido a huir de los hombres que no me convienen. Ahora sé muy bien que alguien como Basil es el peor enemigo de una mujer. Al menos, de una que se respeta a sí misma.
Su mandíbula se tensa cuando nuestras miradas se cruzan. Inspiro profundo para darme fuerzas y no dudo ni por un segundo de que es él a quien estaba buscando. Lo sé porque tiene su móvil agarrado y niega con la cabeza antes de levantar las manos en son de paz.
Hace bien. Mi cara ahora mismo debe dejar muy claro que, si se acerca a mí, solo va a encontrar guerra.
¿Quieres seguir leyendo? Puedes encontrar Me Debes Una en Amazon.