BASIL
Unas horas más tarde
Llevo un rato abrazándola con fuerza entre mis brazos sin poder olvidar cómo de cerca he estado de perderla. Ha sido un día muy largo y cuando ella empieza a bostezar, sé que ha llegado el momento de ponerle fin.
—Vamos a dormir, palomita. Necesitamos descansar.
Acaricio su melena, que está desparramada en mi almohada mientras se lo digo.
Ha sido una jornada interminable, pero a la vez siento que todo ha pasado muy rápido. En cuanto he llegado de hacer deporte, he visto un grupo de vecinos congregados frente al portal del edificio y todos comentaban que algo había sucedido dentro. Había humo saliendo de las ventanas del primer piso y enseguida se han empezado a escuchar ambulancias y camiones de bomberos acercándose.
Sin pensarlo, he entrado subiendo los peldaños de cinco en cinco. Si algo he aprendido en estos meses es que a Paloma le cuesta despertarse por las mañanas. Y sabía muy bien que estaba dormida.
Cuando por fin iba a salir con ella de su apartamento, un segundo techo ha sucumbido justo un piso más abajo, y ahí ha empezado el caos en las escaleras y una carrera de locos por salir. Me enfermo cada vez que imagino lo que podría haber sucedido…
Después de que la ambulancia se asegurara de que ninguno de los tres habíamos sufrido lesiones graves, hemos venido a mi casa. Mari y Paloma han tratado de localizar a su casero, pero el muy malnacido no ha respondido a sus llamadas en todo el día.
—Cariño, no sé si voy a poder dormir… —confiesa—. Aún no nos han confirmado si podremos volver a entrar a nuestro piso. No tenemos nada. Lo que llevo puesto es lo único que tengo y ni siquiera es mío —Mira con pena a la camiseta vieja que le he dejado para que se pusiera algo de ropa después de ducharse.
—Quédatela. Te la regalo.
Suspira, pero con tristeza.
—Se supone que las camisetas de tu novio deberían quedarte grandes y a mí no me baja de las caderas.
—Yo prefiero que te quede corta. Es más sexi así. —Acaricio sus muslos—. De hecho, voy a empezar a usar la secadora a más temperatura a partir de ahora.
Esperaba que eso me ganara una pequeña sonrisa, pero he conseguido lo contrario.
—¿Tienes una secadora…? No es el mejor día para presumir de tus bienes materiales, ¿sabes?
—Lo siento, palomita. —Trato de no reírme con eso, pero hasta a ella se le escapa media sonrisa por lo triste de la situación.
Es todo un poco surrealista aún, pero ya estamos a salvo. Y sé que ha sido un día horrible para ella, pero ahora que estamos en casa, quiero que descanse y se sienta segura aquí.
—Cariño, todo va a estar bien. Ya verás. Además, este fin de semana es el cumpleaños de alguien… —Quiero distraerla con eso.
—¿Te acuerdas? —Me pregunta con una sonrisa, como si le costara creerlo.
—No solo eso. Tengo ya pensado qué te voy a regalar y sé que te va a gustar mucho.
—Te lo he puesto demasiado fácil. Literalmente, no tengo nada. Ahora mismo no me vendrían mal unas bragas de repuesto, por ejemplo.
Adoro su humor negro. Me cuesta no reírme con eso.
—Mi amor, tú no necesitas regalarme nada. De verdad. Ya has hecho mucho por Mari y por mí hoy. Bueno, sobre todo por ella. Creo que te has convertido en su persona favorita.
Iba a donar las cajas de Sonia a la beneficencia porque estaba harto de tenerlas en casa, pero Amari me ha pedido quedárselas cuando se lo he explicado. Y se ha pasado la tarde emocionada enseñándole a Paloma sus nuevas posesiones.
—Significa tanto para mí que podamos quedarnos aquí —insiste—. Lo siento, seguro que no planeabas tener dos compañeras de piso viviendo contigo veinticuatro horas al día por tiempo indefinido…
—¿Eso crees? Estoy aprendiendo a planear, palomita. Mira. —Me estiro para abrir un cajón y saco una caja pequeña—. Pensaba dártela en tu cumpleaños, pero quizás pueda hacerte dos regalos, dadas las circunstancias.
Me mira confundida antes de abrirla y dentro encuentra la llave de mi casa con un llavero que espero sea su amuleto de la suerte. Su cara demuestra aún más duda cuando comprende lo que tiene delante.
—Basil, lo que ha pasado hoy no tiene que… —balbucea y yo cubro sus labios con mi dedo para que no siga hablando.
—Llevo semanas queriendo hacer esto. La parte de Amari es la única que no había tenido en cuenta. —Acaricio su mejilla.
—¿Qué?
—El día que nos conocimos te enfadaste conmigo porque te hice perder una oportunidad, ¿pero sabes qué? Yo también lo hice.
—No. Tú conseguiste ese trabajo. Y te lo merecías. Fue justo… Yo no tenía derecho a enfadarme por… —trata de interrumpirme, pero niego con la cabeza.
—Ese día perdí la oportunidad de seguir conociendo a la mujer de mi vida. Tú no me la diste y yo creo que aún me la debes.
—Basil… —pronuncia emocionada.
—Me debes una. Y ya sé lo que quiero pedirte esta vez…
No responde. Solo me deja seguir hablando con media sonrisa en su boca.
—Quiero irme a dormir a tu lado y despertarme contigo en nuestra cama cada día. Tenerte cerca me hace feliz, palomita, y nunca me había pasado eso antes. No quiero que te quedes unos días aquí; quiero que te quedes para siempre.
—Cariño… —Muerde su labio inferior sin llegar a responder.
—Hace cinco años que me la debes, así que no me digas que es pronto. Solo dime que sí… e intenta no pensarlo demasiado, por una vez —añado—. ¿Quieres vivir conmigo?
Asiente, dejando caer la cajita entre las sábanas y besándome con ganas. No podría tener más claro que esto es una buena decisión porque siempre que ella está aquí hace que mi casa me parezca un hogar. Nuestro hogar.
—Pero… ¿y Mari? No tiene un sitio donde ir y no puedo dejarla tirada. ¿Puede vivir con nosotros… una temporada?
—En realidad —la interrumpo porque su amiga me cae bien, pero no tengo intención de convivir con ella—, hay un sitio donde puede quedarse. Tengo un apartamento que se ha quedado sin inquilinos... Bueno, en realidad es mío y de Jota.
—¿De Jota…? —duda con miedo en su expresión—. ¿Y él no pondrá problemas?
—No, no creo…
* * *
PALOMA
Una semana más tarde
Capitán Lechuga ♥️: Jota no está contento.
Leo ese mensaje y sé que necesito ir a hablar esto con Basil en persona. Me acerco a su despacho, a pesar de que he perdido media mañana comprando ropa para poder venir a trabajar.
Cuando entro, lo encuentro dibujando una viñeta de una mujer con una melena muy parecida a la de Mari peleándose con un tipo trajeado.
—¿Qué es eso?
—Nada. Solo un borrador. —Se levanta y me rodea en sus brazos.
—¿Seguro que no los conozco? —Sonrío al preguntarlo, pero no puedo evitar que todo esto me preocupe—. ¿Crees que Jota se enfadaría mucho si tardamos un par de semanas en encontrar otra solución?
—Acabo de hablar con él y estaba muy cabreado. Ha ido al piso y no le ha hecho gracia encontrarse a Amari allí. Creo que tendría que habérselo dicho.
—Si te sirve de consuelo, ella tampoco está contenta, aunque no me ha podido contar los detalles.
—Yo he dejado de escuchar cuando ha empezado a hablar de Gordon Gekko, pero cuando Jota invoca a sus gurús de Wall Street, siempre habla en serio.
—Creo que Mari le ha dicho que eres su nuevo sugar daddy. Ella tampoco bromea con esas cosas. —Después de estos meses, Basil ya empieza a conocer su particular sentido del humor y sabe que es un chiste.
—¿Yo no tendría que ser mayor que ella para ser su daddy?
—Cuidado. Si insinúas que Mari tiene más de treinta, no voy a poder proteger tu vida.
Los dos nos reímos y por un instante siento deseos de besarlo, pero estamos en la oficina. Todo el mundo sabe que somos pareja ya, aunque en ningún momento lo hayamos confirmado, pero intentamos comportarnos en el trabajo. Me separo de él y disimulo con una mano en la nuca.
—Palomita, a mí no me importa que Amari se quede en ese piso el tiempo que quiera, pero Jota va a ser difícil de convencer.
—Lo más lógico es que se vuelva con nosotros —resuelvo.
Su cara cambia de inmediato. Levantarnos solos esta semana y ver cómo podría ser nuestra vida a partir de ahora ha sido demasiado bueno. Yo tampoco quiero estropear nuestros primeros días viviendo juntos.
—Quizás Mari lo pueda negociar con él… —sugiero.
—¿Con Jota? Le deseo buena suerte.
El móvil de Basil vibra en su mesa con un mensaje y los dos lo leemos.
Jota: Si piensa que la voy a dejar quedarse aquí, está muy equivocada. Yo no me voy hasta que ella salga de este apartamento.
En mi teléfono, llegan varios mensajes casi a la vez.
Mari: Parece que voy a tener un nuevo compañero de piso. ¿Te apuestas algo a que le convenzo de que me haga los desayunos como hice contigo?
Mari: Dame un mes.